La presencia de la Vida Contemplativa en la Iglesia, constituyendo el Corazón del Cuerpo Místico, quiere dejar claro ante todos los hombres que Dios es tan grande, tan inmenso, que vale la pena entregarle la vida que ÉL nos regaló primero para que se consuma, sin ningún otro provecho, en su honor, en total abandono y desprendimiento, por pura adoración, por puro amor al Amor, sin buscar más motivos: es DIOS y eso basta.
Siempre que hemos de dar testimonio de nuestra vida oculta en el claustro nos quedamos con la impresión, después de mucho hablar, de que no acaba una de decir lo que siente y vive… Es en verdad muy difícil comunicar a un mundo tan acelerado y tecnificado como el de hoy, el sentido y la hondura de esta vida…
La VIDA CONTEMPLATIVA es una llamada al AMOR por el AMOR en Sí mismo.
Dice Santa Teresa de Lisieux:
«En el Corazón de mi Madre, la Iglesia, yo seré el AMOR».
Exactamente eso somos las contemplativas: formamos el Corazón de la Iglesia, y desde él impulsamos todas las demás vocaciones que el espíritu Santo suscita en el Cuerpo Místico. ¡Es precioso! Nosotras no sabemos, porque no se ve, dónde o en quién recae el fruto de nuestra oración, pero sabemos que nada de cuanto vivimos, sufrimos, gozamos y ofrecemos se pierde. Dios lo recoge todo y va dando a cada uno lo que necesita; dicho de otro modo: en el Corazón de Dios se van almacenando nuestras vidas hechas oración, y allí se transforman en Gracia que ÉL va derramando según convenga.
Existe otra faceta de la Vida Contemplativa más desconocida -si cabe- que la anterior de oración-intercesión, que es la de la ADORACIÓN, la del holocausto. Parece que suena a dramático dicho así, sin más explicaciones, pero es quizás la sublimación más alta a que se puede llevar el Amor, la Filiación divina, la Alabanza… ¡¡¡Adorar…!!! Y eso… ¿en qué consiste? Consiste -sobre todo- en cantar, alabar, proclamar su Gloria… ¡¡Adorar…!! ¡Cuántas resonancias y ecos inefables suscita esa palabra en un alma verdaderamente enamorada del Dios-Amor…!


